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Por Eugenio Semino – Defensor de la Tercera Edad – Pte. Sociedad Iberoamericana de Gerontología y Geriatría

Mientras los diversos sectores del sistema productivo negocian sus aumentos para no perder frente a la galopante inflación, el sector de los jubilados y pensionados sigue viendo cómo sus ingresos, ya de por sí miserables, se evaporan entre sus manos.

Sin la posibilidad de realizar medidas de fuerza que condicionen el accionar de la clase política, los jubilados se convierten en las principales víctimas de la crisis actual. Y el deplorable estado en el que se encuentran los haberes jubilatorios pone en evidencia el modo de funcionamiento de un sistema político que solamente responde a la coerción y el oportunismo.

Lo hemos dicho en repetidas ocasiones, y lo volveremos a decir todas las veces que sean necesarias: dejar que las jubilaciones se vayan devaluando con respecto a la inflación es la principal estrategia para cumplir con los objetivos del ajuste exigidos por el FMI. Y es también uno de las principales causas del empobrecimiento general de la población.

La plata del jubilado no es solamente del jubilado. Es dinero que ingresa en el sistema económico mediante el consumo y el pago de servicios. El jubilado no va a guardarse la plata, lo cual de todas formas sería imposible hacerlo con plata argentina, ni tampoco va a llevársela del país. Lo que tenga lo va a gastar aquí y ahora. ¿Tan difícil es comprenderlo? En un país cuya economía depende fuertemente del consumo interno, el fortalecimiento de un sector que supera el 10% de la población total, es un buen negocio a largo plazo.

En lugar de eso se sigue aplicando la receta de licuar las jubilaciones, cumpliendo con la paradoja de darle cada vez menos a quien más lo necesita. Y llegando incluso a implementar medidas objetivamente edadistas, es decir, discriminatorias hacia las personas mayores, tal como fue el último anuncio de un bono para personas que no tienen ningún tipo de apoyo, pero que tienen que cumplir el requisito de ser menores de 64 años.

Imaginemos un país en el que el gobierno anuncia beneficios solamente para hombres, o solamente para personas blancas o para personas que ya tienen buenos ingresos. Imaginemos que somos mujeres en ese país imaginario, que no somos personas de color, o que no tenemos un ingreso alto. Imaginemos lo que sentiríamos en una situación así.

Los jubilados argentinos no necesitan imaginar nada, porque viven todos los días de su vida en ese país demasiado real.

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